sábado, 18 de agosto de 2007

El ritual del sacrificio

Según Frazer, los seres humanos poseen un instinto natural de inmortalidad, que podría provenir del sentido de la vida que cada hombre siente, concibiendo la vida como una energía de tipo indestructible que al desaparecer debía necesariamente reaparecer en otra, aunque la forma no fuera necesariamente perceptible para nosotros.

El gran problema de los seres humanos era entonces no romper esta unidad de renovación continua, debida a su necesidad de alimento, pues la vida vive de la vida y tomar vida de una parte del todo, permite que otra parte del todo permanezca viva. En la matanza de un animal, y en la perturbación del suelo y al arrancar las cosechas de la tierra, debió de sentir la gente que estaban violando lo que originalmente se les había dado, por lo que idearon rituales que restaurarían mágicamente lo que se había perdido.

Se tenía la sensación de que matar y comerse el cuerpo divino de la madre tierra era un sacrilegio que requería rituales de reparación que atrajesen su buena voluntad y eludiesen su ira.

El significado de la palabra sacrifico en latín es “hacer completo o sagrado” –sacer facer-, y parece que esto ha sido interpretado en el sentido de restaurar al todo algo que se ha perdido con el objeto de permitir que la vida continúe. La renovación de la vida se asociaba con el derramamiento de sangre ya desde el Paleolítico, cuando se cubrían los cuerpos con rojo ocre para ser sepultados en sustitución de la sangre, y se pintaban con él los cuerpos esculpido de las diosas, como la de Laussel. Esto sucedía porque se percibía la sangre como la propia fuerza de la vida y también porque aparecía cuantiosamente en los misterios del parto de las mujeres. Los ritos de las tribus primitivas de cazadores también actuaban a partir de la suposición de que no existe tal cosa como la muerte.

Campbell explicaba que si la sangre de un animal al que se matado se devuelve a la tierra, llevará el principio vital de vuelta a la madre tierra para su renacimiento, y la misma bestia volverá en la próxima estación para ofrecer su cuerpo temporal de nuevo. A los animales que se cazaba se los ve de esta manera como víctimas voluntarias que dan sus cuerpos a la humanidad, con la condición de que se celebrarán los ritos adecuados para hacer retornar el principio de vida a su fuente.

En el Neolítico se creía que la sangre de la víctima sacrificada que empapaba la tierra la fertilizaba realmente, haciendo crecer las cosechas. De modo similar, se creía que al pegar o golpear a la víctima con ramas con brotes u hojas, a menudo en los órganos genitales, se transmitía la energía vital de la victima a la tierra o al cultivo específico para cuyo crecimiento era sacrificada. En otros rituales se pensaba que el golpear a la víctima alejaba las influencias malévolas de la comunidad.

El mito de la Edad del Bronce de la diosa madre y su hijo-amante podría ofrecer una visión que aclare la lógica que hay tras la idea de que la muerte es necesaria para renovar la vida. El ascenso del dios en el Neolítico es paralelo al creciente descubrimiento de las leyes de la naturaleza por parte de la humanidad y de cómo colaborar mejor con ellas con el fin de sobrevivir. Llegada la Edad del Bronce, el principio generador de la creación se separa de la diosa madre, identificándose con el dios, de modo que diosa y dios son necesarios para la creación. El dios, que nace primero de la diosa y que luego se une a ella en términos de igualdad como su consorte, es entonces el aspecto de vida y de muerte del todo atemporal, de la matriz, cuando el vástago de la diosa es hembra, la hija es la nueva vida inherente a la antigua. En los mitos, el hijo-amante o la hija se pierden invariablemente en el inframundo mediante una muerte impuesta, y luego se les encuentra o resucita, al menos de modo parcial.

Otra manera de analizarlo podría ser con la gradual desaparición de la luna durante su fase oscura podría haber ofrecido una imagen de la idea de la necesidad de la muerte para renovar el principio de la vida. Al imitar la muerte aparente de la luna, las gentes ayudarían en la restauración de la fertilidad en la tierra. En el mito de la gran madre, la pérdida y el encuentro de su hijo-amante o hija parecía necesario para proseguir la regeneración. Si se identificaba a la gran madre con el ciclo de la luna, que es permanente e inalterable, y al hijo o a la hija con las fases individuales que crecen y menguan, su desaparición podría haberse interpretado como un sacrificio de retorno a la madre que permitía que el ciclo volviese a comenzar otra vez. Al representar la fase oscura literalmente, la práctica tribal sería matar y descuartizar una víctima sagrada que personificaba la luna moribunda, como imagen de la vida moribunda, sepultando las partes del cuerpo en la tierra, la madre para asegurar que el principio de la vida persistiese y que las cosechas volvieran a brotas. Es significativo que en el mito de Osiris se desmembra en catorce trozos, el número de días de la luna menguante.

En el ritual de sacrificio los seres humanos proyectan y canalizan su miedo a la muerte en un hombre o animal específico, con lo que la matanza de este particular ser vivo es al mismo tiempo la de sus propios miedos.

El sacrificio del rey dios

El mito del divino ser cuyo cuerpo es dado como creación y alimento para la raza humana se encuentra por todo el mundo como imagen del misterioso proceso por el que el Uno se torna lo Múltiple permaneciendo todavía Uno, explica también como lo múltiple puede morir, mientras que el uno no tiene fin. En algunos rituales agrícolas, al segar los cultivos se seleccionaba a una víctima para personificar el maíz agonizante, la luna menguante y la muerte del viejo año; su sacrificio permitía la renovación de la fuerza vital. Frazer, sugiere que en un tiempo este papel lo jugó el rey que a su vez jugaba el papel del dios.

En su libro, The Dying God, Frazer ha mostrado como el deseo de restaurar la unidad rota por la necesidad de alimento se tradujo en rituales, en los que el monarca, el sumo sacerdote, o en ocasiones, un niño, eran sacrificados al final de un período fijo, así como en tiempos de especial adversidad. El rey o el sumo sacerdote personificaba la energía de la vida que era divina y humana, cualquier signo de enfermedad o debilidad en el rey amenazaba el curso de la naturaleza y la continuidad de la vida, el sacrificio del rey viejo aseguraba entonces que se detuviesen las fuerzas de la decadencia, al igual que el establecimiento de un rey joven o nuevo renovaba la vida para toda la comunidad. En distintos momentos de la historia de diversas culturas, los animales comenzaron a reemplazar a los seres humanos en el ritual religioso: el toro, el jabalí y el carnero se sacrificaron finalmente en lugar del rey, en tanto que animales que concentraban y encarnaban sus poderes.

El hecho de que comenzase a evolucionar una variante de la idea arcaica del sacrificio ritual, el sacrificio de las víctimas de guerra, pudo ser un resultado de las invasiones arias y semíticas en Sumeria, según esta hipótesis, la exterminación absoluta de otros pueblos se convirtió en un nuevo modo mágico de eludir la muerte, y se creía que la sangre vertida en la batalla por el enemigo fertilizaba la vida del propio grupo tribal e incluso que incrementaba la potencia divina del mismo rey. Dado que el miedo es lo que articula los rituales de sacrificio, de esto se deduce que las comunidades que se sienten amenazadas, ya sea por fuerzas naturales o por ataque del exterior, aliviarán su miedo sacrificando a otros.